lunes, 24 de octubre de 2016

Visiones incompletas o equivocadas sobre el misterio de Jesús




CCE
Herejía
Descripción
Respuesta
Concilio
465
Docetismo
(del verbo “dokeo”
= parecer)
Niega la humanidad de Jesús. El Hijo no se habría hecho realmente hombre, sino que se habría presentado con apariencia humana.
Su filosofía de fondo es dualista (lo espiritual es bueno, lo corporal y material es malo: por tanto, Dios no puede asumir lo corporal).
La fe cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios “venido en carne”

465
Adopcionismo
Niega la divinidad de Jesús. Dice que Jesús fue un mero hombre, y que Dios (que no es Trinidad) le infundió un poder sobrenatural y lo adoptó como hijo.
Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza
(y no por adopción).
Concilio (regional) de
Antioquía.
465
Arrianismo
Niega la divinidad de Jesús. El Hijo habría sido creado de la nada y no sería de la misma naturaleza que el Padre (Puede afirmar la preexistencia del Hijo, su encarnación y la concepción virginal de María).
El Hijo de Dios es engendrado (no creado),
de la misma naturaleza (o consustancial) con el Padre.
Concilio de Nicea (año 325)
466
Nestorianismo
Divide a la única Persona Divina. Afirma que en Cristo hay dos personas. No sería sólo la Persona Divina del Hijo de Dios, sino que junto a ella estaría la persona humana de Jesús de Nazareth, el carpintero.
El Verbo, al unirse en su Persona Divina, a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre.
Por lo tanto,  María es Madre de Dios.
Concilio de Éfeso (año 431)
467
Monofisismo
(una “physis
= naturaleza)
Termina negando la humanidad de Jesús. Afirma que la naturaleza humana de Cristo habría dejado de existir en el momento de la encarnación, al ser absorbida por la infinitud de la divinidad.
Se ha de reconocer a un sólo y mismo Cristo Señor, Hijo Único en dos naturalezas unidas, en su Persona Divina, sin confusión y sin división.
Concilio de Calcedonia (año 451)
471
Apolinarismo
Niega el alma humana de Cristo. Afirma que el Verbo había sustituido al alma o espíritu; por  lo tanto en Cristo sólo estarían el Verbo y la carne.
El Hijo asumió una verdadera naturaleza humana completa, por lo tanto, también un alma racional humana.
No hay un concilio, sino una carta del Papa San Dámaso (año 378 aprox.)
475
Monotelismo
(una “thélema”
= voluntad)
Niega la acción de la voluntad humana de Cristo (sería un monofisismo en el plano de la acción). La voluntad humana de Cristo está, pero no actúa.
Cristo posee dos voluntades, Divina y humana,
no opuestas, sino cooperantes.
Concilio de Constantinopla III (año 681)
476s
Iconoclasmo
(= los que rompen los íconos)
Terminan negando la realidad de la humanidad de Jesús (se emparenta con el monofisismo). Niegan que sea lícito representar a Cristo en imágenes sagradas.
La verdadera humanidad del Hijo permite representarlo legítimamente en imágenes sagradas.
Concilio de Nicea II (año 787)

Criterios de análisis, ante una supuesta visión equivocada del Misterio de Cristo:
- Analizar si creen en la Trinidad y en la Encarnación.                                                             
- Analizan si bautizan “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
- Analizar si creen que Cristo es una persona  (y no dos personas “asociadas” = nestorianismo).
- Analizar si creen que esa Persona es Divina.
- Analizar si creen que esa Persona Divina asume una naturaleza humana completa y permanente.

La misión del Hijo puede sintetizarse en cuatro o cinco aspectos.



   Hemos visto que el CCE suele exponer la acción salvífica del Hijo desplegándola en cuatro –o cinco– aspectos complementarios.
  Así, cuando CCE 456ss responde a la pregunta “¿Por qué el Verbo se hizo carne?” aparecen una razón general –“Por nosotros los hombres y por nuestra salvación”– y cuatro razones que la especifican:
      – “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios” (CCE 457).
      – “El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios” (CCE 458).
      – “El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad” (CCE 459).
      – “El Verbo se encarnó para hacernos «partícipes de la naturaleza divina»” (CCE 460).
   La primera y la última de estas cuatro razones podrían resumirse en aquella sentencia de la teología de la gracia, que dice que “la gracia sana y eleva...”. Y, si quisiéramos resumir en dos palabras las otras dos razones podríamos usar las palabras “revelación” y “modelo”, respectivamente.
   Esta tétrada que representa “lo sanante”, “lo elevante”, “lo revelante” y lo modélico, el CCE volverá a usarla –al menos– dos veces más. Pues cuando nos exponga que “toda la vida de Cristo es misterio” (CCE 514-521) volverá a apelar a esta estructura expositiva; e, incluso, aquí encontramos que la exposición integra un elemento más –el quinto– desde una perspectiva mística: “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros” (CCE 521). Y, más adelante, cuando nos presente “el sentido y alcance salvífico de la Resurrección” de Jesús (CCE 651-655) reaparecen los cinco elementos. Y, también en el contexto de la invocación “Padre” (CCE 2779-2785) se desplegará este esquema básico, con algunos enriquecimientos.
   Esto puede relacionarse con las Partes del CCE, en cuanto a sus acentuaciones fundamentales.[1] Pues el elemento revelante, lo encontramos en la Primera Parte con la exposición sobre la Revelación divina y el contenido de la fe (fides qua y fides quae). Lo sanante y elevante, lo recibimos por medio de la liturgia, que es presentada en la Segunda Parte. La moral –expuesta en la Tercera Parte– implica lo modélico. Y la mística –que ocupa la Cuarta Parte– concretiza la comunión.
   Y, en todos los casos, es el centro es Jesús. Él es el “mediador y plenitud de toda la Revelación” (CCE 65), el “centro y corazón de las Escrituras” (CCE 112), y ocupa el centro del Símbolo, donde se exponen los misterios centrales de nuestra fe. La liturgia también es cristocéntrica, porque hay una “obra de Cristo en la liturgia” (CCE 1084ss), y en “los sacramentos” –que son “de Cristo”– (CCE 1114ss), y por los que comunica su “Misterio Pascual” (CCE 1113ss). Jesús también es “la referencia primera y última” de la moral cristiana (CCE 1698). Y “la oración de los discípulos” es “en comunión con su Maestro” (CCE 2612), quien nos dejó su oración, “la Oración del Señor” (CCE 2759ss).




[1] Decimos “sus acentuaciones fundamentales” pues –“hilando fino”– en cada uno de los elementos encontramos implicados los otros. Basten algunos ejemplos: ya hemos visto que en el despliegue de la Sección dogmática es donde aparecen estos esquemas de cuatro y cinco elementos que el CCE utiliza; la moral cristiana no sólo tiene como modelo a Jesús, sino que es –más fundamentalmente– una “vida en Cristo” lo cual implica la mística de la comunión con Él; y en relación con la oración también hemos visto los cinco elementos que aparecieron en la Sección dogmática.